martes, 11 de mayo de 2010

LECTURAS MATEMÁTICAS

sábado, 30 de enero de 2010

RUMSHITANA RELATOS DE LOS CHACHAPOYAS



Presentación
Durante veintitrés años que he vivido en Chachapoyas, he escuchado muchos temores y relatos sobre presencia de seres extra normales del bien y del mal; en los diferentes lugares por los que transité y viví. Muchas veces he querido difundirlos pero por una u otra razón no lo conseguí, Hoy entrado en años y con la experiencia adquirida en mi vida profesional, presento a los amantes de la lectura, esta recopilación.
Los relatos de la presencia del indeseable ser del mal en el cerro Rumshitana, lo hago espoleado por difundir algunos de los mitos y creencias de los pobladores del valle del Sonche, a quienes escuché en muchas ocasiones charlar aprovechando las chacchas –receso en el trabajo que lo dedicaban a masticar coca mezclada con cal-
En otras ocasiones indagué, a los agricultores de Sonche, el Mito y lugares aledaños; basado en su transito por cerro “Rumshitana” camino a sus chacras o la ciudad. Obtuve interesantes relatos que Ellos guardan como atesorada literatura oral y lo van transmitiendo de generación en generación.
Varias veces he visitado el lugar, me he detenido a observar a la simpática “Vaca Huishca”, la piedra que pare piedritas, para unos y el hueco de la suerte para otros.
Junto a estos, expongo relatos de otras zonas de Chachapoyas que los adquirí por tradición oral de mi madre y amigos en los poblados que ocasionalmente viví. Completa esta publicación, episodios curiosos a los que asistí en mi adolescencia y juventud.

El Autor.




El Camino A Rumshitana

Saliendo por el lado Este de Chachapoyas por la travesía de Tushpuna, se llega a “Zeta”. Allí empezaba el camino de herradura por donde transitaron los bravos efectivos del ejército del pueblo que defendió heroicamente el territorio de los Chachapoyas, ante la pretendida reconquista de los españoles, derrotándolos en la magna gesta de “Higos Urco”.
Después de la travesía de “Tushpuna”, se llegaba a una escalera hecha íntegramente de piedras, al terminar, había una chorrera cuyo canal terminaba en una penca de maguey, allí se refrescaban los viajeros fatigados en la empinada cuesta, atravesando por el borde de las chacras de maíz, se llegaba a la histórica pampa de “Higos Urco”.
La bajada empezaba al terminar la pampa, el camino se hacía más dificultoso cuando llovía, la zona es arcillosa y los llanques se cargaban de greda, había que quitárselos de trecho en trecho, para limpiarlos.
Llegando a la punta de “El Atajo”, se bajaba por un gran cañón con un pintoresco camino con escaleras informales en ciertos trechos, en las paredes, los políticos de épocas pasadas impregnaban sus poco educadas arengas.
Antes de la construcción de la carretera, se seguía por una travesía descendiendo moderadamente hasta la punta de Rondón, allí empezaba otra bajada hasta llegar a la segunda quebrada, una cuadra antes de la orilla los viajeros se refrescaban con chicha de jora, en la choza con techo de paja y broza. Ya en la quebrada, algunos, viajeros antes de seguir su ruta, disfrutaban de un refrescante baño. Luego se subía una escalera de piedras que terminaba en un sólido mesón también de piedra, a dos cuadras, estábamos justo al pie del cerro “Rumshitana”, a la orilla derecha del rio Sonche.

La Piedra De La Suerte

Aproximadamente a cuarenta metros de la actual carretera hay una enorme piedra que tiene dos agujeros en la parte inferior, junto a ella había siempre un montón de piedras pequeñas, para algunos ilusos visitantes, la piedra grande las emanaba.
Lo cierto es que la roca gracias a su formación natural, servía para que los viajeros prueben suerte al arrojar las piedras pequeñas de cierta distancia y encajando en sus agujeros. La costumbre mandaba hacer tres lanzamientos, si se acertaba a la primera vez, continuaban su camino con la alegría que sus gestiones en el lugar de destino serían de gran provecho. Si se acertaba a la segunda, el viaje no le iba ir muy bien, al acertar a la tercera temían lo peor, pero les quedaba alguna esperanza. No acertar a la tercera, era augurio de muy mala suerte, tanto que algunos no continuaban su camino.

La “Vaca Huishca”

La ruta continúa, no sin antes mostrar en el cerro en la margen izquierda del rio Sonche a la mítica Vaca Huishca, -es una formación en el cerro producto de la sedimentación, simula una vaca que viene en bajada con la cola levantada-, sólo algunos viajeros han podido verla. Es una costumbre mostrar a los forasteros. Verla, es augurio de buena suerte.

El génesis de esta visión, según versión de los antiguos viajeros, se remonta a tiempos pasados en la que había una vaca negra muy artera que entraba en las chacras atravesando los cercos con felinos saltos y se deleitaba con las frescas plantas.
Los vecinos de la zona, estaban muy mortificados por los daños que ocasionaba la terrible vaca, averiguando, se dieron cuenta que no era del lugar por las marcas en sus orejas y ancas, pero nadie daba razón de su dueño ni de dónde vino.

Los daños que ocasionaba cada día eran peores, por lo que los campesinos se unieron y decidieron arrear al animal al otro lado del río. En la otra orilla, lo subieron hasta lo más alto del cerro Rumshitana.
Después de un buen tiempo; una mañana, uno de los campesinos vio a la desafortunada muerta, ensartada en un tronco, avisó a los demás, pero nadie se animó a acercarse, tenían la creencia que el diablo lo había ensartado. Pasaron los días, meses, años y hasta hoy, sigue allí petrificada.

El resto del camino

En la zona de Rumshitana murieron muchos obreros en la construcción de la carretera, por obra del Shapingo -como dicen los lugareños-, lo cierto es que atravesar el cerro ha sido producto de arduo trabajo de diferentes cuadrillas de contratistas, quienes de uno y otro lado luchaban contra la naturaleza con poderosas compresoras, haciendo estallar estruendosos calambucos, hasta vencerla. En ese entonces se pensaba que el demonio impedía el paso de la carretera. Cuentan que obreros, ingenieros y contratistas tuvieron extraños sueños, donde eran amenazados si continuaban en su empeño de romper la dura roca, algunos abandonaron la obra.

La roca fue vencida y la carretera abrió su paso después de mucho tiempo, al romperse, se dice que se encontró algunos tesoros enterrados que fueron a parar a las arcas de ingenieros y capataces.
Siguiendo el camino junto al río pasábamos por la tranca de la casa del fundo de Chaupiaco y se llegaba a Pauja, los viajeros que iban a la mina de Yurumarca y los otros pueblos de la margen izquierda del Sonche, cruzaban el puente, mas los que iban a La Colpa, el Mito, Soloco, Daguas y los demás pueblos de esta orilla del río, seguían por el pintoresco camino al borde del río, lo peculiar del sendero era el desgaste de la grama por el transitar de los caminantes, simulaban gigantescas serpientes. A unos quinientos metros antes de llegar a “La Colpa”, nos esperaba la hermosa pampa del Calvario, donde allá arriba en la cueva, las tres cruces de madera, remembraba la crucifixión de nuestro señor Jesucristo, según dicen era una cruz muy milagrosa, que ha sanado muchos enfermos y ha hecho aparecer animales por perdidos que estuvieran. Una estructurada escalera de piedra con un descanso panorámico conducía a los visitantes, devotos y clérigos en épocas de fiesta hasta el pie de las tres cruces labradas en madera. Abajo en la pampa, se celebraban las fiestas con alegres bailes, juegos artificiales y la inefable “vaca loca”. Pasando la pampa, hay una vertiente de agua que brota del subsuelo. Se solía ver en sus aguas peces de colores.
En la misma cueva, en la parte superior derecha hay un túnel que conduce hasta la sima del cerro, a unos diez metros había una poza, la misma que se cruzaba por un puente hecho de dos troncos de madera, atravesándola se podía trepar y llegar hasta la grieta de la parte superior, pocos lo han logrado.
En las otras cuevas aledañas había una gran cantidad de huesos y en muchos casos hasta cadáveres completos, no se sabía cual era el origen, en esa época los más antiguos nos decían que pertenecían a los gentiles –primitivos- que fueron enterrados en las cuevas. Las osamentas tenían algunos vestidos rudimentarios, eran mantillas de lana de oveja tejidas artesanalmente, en otros casos shicras de cabuya cubrían sus cabezas, rodillas y codos, los saqueadores se llevaron muchos huesos, especialmente cráneos.


EL ORIGEN DE LAS CRUCES DEL CALVARIO

Cerca de la cueva del Calvario, se extendía en una planicie la hacienda de don Manuel Meza. El terrateniente, dentro de sus servidores tenía a un Mudo que se encargaba de pastorear las ovejas por los campos sin cultivar. El Mudo desarrollaba con eficacia su labor; fruto de su trabajo, el rebaño cada día era más numeroso, siendo a la vez más dificultoso cuidarlo, lo que obligó a don Manuel asignarle otro muchacho para su compañía.

Marcial fue el elegido, El era un muchachito de unos catorce años muy amante de la música, entonaba melodías soplando hojas de árboles, construía pequeñas antaras de carrizo y hasta con el tallo de las plantas hacía improvisadas flautas. Las tareas del pastoreo eran muy divertidas desde aquel entonces para él y el Mudo, que de vez en cuando, hacía ademán de danzar con las alegres tonadas.
Todo iba en armonía, solo que algo inquietaba a Marcial. El Mudo siempre se alejaba del rebaño a determinada hora cuando iban a pastorear cerca del cerro “El Calvario”. El joven estaba inquieto por la actitud del viejo pastor, pues le obligaba a descuidar sus canciones, para vigilar con mayor esmero las ovejas. Hasta que un día decidió seguirlo para ver lo que hacía. El Mudo sigilosamente se encaminó por un camino estrecho que el mismo había construido, hasta llegar a una grieta en el cerro, penetró en él, lo que inquietó más aún a Marcial, fue presuroso hasta el hoyo y miró a uno y otro lado dentro del hueco, hasta que vio dentro del cerro una sala enorme. En el centro estaba el mesón donde yacían las tres cruces, el mudo estaba postrado de rodillas, delante de ellas. Marcial se alejó corriendo del hueco y se unió al rebaño, entonó con más alegría sus canciones simulando que no había visto nada y todo seguía igual. El mudo retornó y se fueron a la casa hacienda como cualquier día.
Al llegar a su casa, Marcial contó a sus padres lo que había visto y estos divulgaron la noticia entre los agregados –trabajadores de la hacienda-. Los más curiosos, pronto acudieron al lugar, y penetraron en la cueva. Los primeros que llegaron se llevaron las ofrendas de oro y plata que había alrededor de las cruces, los demás encontraron uno que otro de menor valía. El Mudo al no encontrar las ofrendas que siempre había visto alrededor de las cruces montó en cólera, pero no sospecho que Marcial su fiel acompañante, le había traicionado.
Pasó el tiempo y el Mudo se resignó a no ver las ofrendas, su ignorancia le hacia desconocer su valía. Pero los agregados que habían saqueado la cueva se trenzaron en una seria discusión por disputarse los hallazgos. La gresca fue tal que llegó a oídos del patrón, es entonces que organiza una comitiva y van hasta el cerro donde encontraron las cruces.
Cuando el mudo vio que iban a descubrirlo, huyó por los montes, después de buscarlo un buen tiempo, lo encontraron muerto, se había arrojado por un desfiladero. El hoyo fue ampliado y construyeron una amplia escalera de piedras hasta allí. Desde aquel entonces celebraban año a año, las festividades de la Cruz del Calvario, símbolo de la cristiandad; que seguramente dejaron los curas misioneros españoles en su labor de evangelización.

“LOS PORONGOS DE ORO”

En Rumshitana, pasando la piedra enigmática, luego de un pequeño encajonado en la actual carretera, a unos cien metros, hay una enorme cueva en el lado derecho. Se dice que allí encontró su yunta de bueyes un agricultor de Soloco. El desafortunado, había dejado sus animales en el potrero, pero cierto día que los requería para la arada, fue a buscarlos y no los encontró, salió en su búsqueda desesperado por los lugares aledaños, preguntando a quien encontraba en el camino, mas no le daban razón de sus preciados animales.
Después de muchos días de camino, se le ocurrió ingresar a la cueva del cerro Rumshitana, grande fue su sorpresa, allí estaban sus bueyes moliendo en un trapiche hecho totalmente de oro, cuando se acercó por ellos lentamente asombrado por la visión, más asustado aun cuando no había persona alguna ni a un lado ni al otro del trapiche, ni menos arreando la yunta. En eso fue tocado por la espalda por alguien, volteó súbitamente; y se encontró cara a cara con un extraño personaje muy colorado, con dientes de oro y con un extraño perfume, que le dijo sonriente: Los he tomado prestado, pero ya no los ocuparé, en pago lleva este caldito de caña, al mismo tiempo que le dio dos porongos.
El campesino puso los porongos en su alforja, la hombreó y enrumbó su camino de regreso arreando sus dóciles animales. Pasando la quebrada de Chaupiaco, sintió que los porongos pesaban demasiado a tal punto que lo obligaron a detenerse y sentarse en una piedra, intentó sacar los porongos, pero en vez de ellos encontró dos enormes bolas de oro puro. Hombreó su alforja y con mucha ilusión llevó el raro obsequio a su casa, después de algún tiempo los logró vender. Con el dinero compró tierras, ganado de raza, hizo una hermosa casa en medio de una huerta de árboles frutales, sembró muchas plantas traídas de otros lugares, cuya cosecha proporcionó pingües ganancias, convirtiéndose en uno de los hombres más potentados de la ribera.
Muchos campesinos quisieron emular al hombre que recibió la gracia del diablo, pero sus intentos terminaron en muertes repentinas o accidentales cada vez más desastrosas, lo que hizo que cesaran los intentos.

“EL CHICLAYANO AMBICIOSO”

Hace algunos años, vino de Chiclayo un ex militar, moreno, lacio como los cholos mochicas, de más o menos un metro noventa de estatura. Este se prendó de una solterona daguasina ya entrada en años, “La Musha” –así le decían, tenía los ojos verdes y la tez blanca- Ella, encontró en él, al hombre de su vida, entregándole toda su fortuna. El chiclayano que era un caza fortunas, aprovechó al máximo esta prueba de amor. Comprando una camioneta último modelo, con la que hacían viajes a “Pipus”, hasta tres veces al día, con el fin de acrecentar su patrimonio y luego marcharse.-según decían, era casado en Chota-.

Una noche estrellada como a las ocho, venía de “Pauja” a gran velocidad, -era el cuarto viaje- al llegar a “Rumshitana”, aceleró de tal manera que cualquier ser del mal no le pueda alcanzar, pero tuvo que detenerse, el motor de su carro se apagó repentinamente, no pudo arrancar y la batería estaba inutilizable. Se quedó dentro del carro a la espera de otro carro salvador o un milagro para que encendiera el motor y pueda seguir su camino. De pronto, se abrió la capota tapándole totalmente la visión, el temor se apoderó del ambicioso, acurrucándose debajo del timón, rezando y santificándose, allí estuvo mucho rato esperando lo peor, pasó largo rato la oscuridad se hacía más intensa, los grillos y chicharras hacían un ruido ensordecedor y hasta los sapos croaban al unísono. En eso vio que dos luces se hacían mas intensas en la oscuridad de la noche reflejándose en los cerros pensó lo peor y que su fin había empezado, pero estas luces eran de un camión que venía de Chachapoyas, a medida que se acercaba la tétrica visión iba desvaneciéndose hasta que cuando pasó junto a su vehículo, este se compuso. Arrancó y emprendió su camino a Chachapoyas a toda velocidad. Al llegar a su casa, le contó la historia a su mujer, “La Musha”. Esta, premunida de los cuentos de sus ancestros, le dijo que esto le ocurría a los ambiciosos y en muchos casos los ha llevado el diablo.
El chiclayano desde aquel día, actuó moderadamente, pero según dicen ya había sido marcado por el diablo. Estuvo muchos años en Chachapoyas y siempre trató de honrar la confianza que le había brindado “La Musha”. Nunca iba solo por “Rumshitana” y llenó de imágenes de santos la caseta de su camioneta.
Un día, cambió de ruta, entre las cuatro y las cinco de la tarde, se fue solo por Leymebamba, a recoger excursionistas que venían de Kuelap, el camino hasta la punta del cerro Limonpunta, lo hizo tranquilo, a unos veinte o treinta kilómetros por hora, tratando de hacer tiempo hasta que los muchachos bajen al “Tingo”. Casi al voltear la punta del cerro, un fuerte viento hizo que la capota de su camioneta se abriera bruscamente, perdiendo totalmente la visión de la carretera, se desbarrancó hasta el fondo del precipicio, Su cuerpo fue encontrado días después totalmente destrozado, -según dicen- su alma se lo llevó el diablo.

LOS CERDITOS DEL DIABLO

Había un ambicioso agricultor en el “Mito”, un hombre alto de cuerpo, de nariz bastante pronunciada y con un ojo totalmente malogrado. los que lo conocían, decían que lo perdió encendiendo un cuete en la fiesta de la “Cruz del Calvario”. Solía invadir terrenos para abrir nuevas chacras, abría portillos en chacras ajenas para que se metan a comer sus animales, robaba frutas de las chacras y tenía constantes conflictos con sus vecinos, pero tal era su mala suerte que su riqueza no se incrementaba y andaba en busca de nuevas ganancias por todos los sitios posibles, trajinaba día y noche muchas veces sin poder encontrarlas.
Una tarde salió de Chachapoyas de retorno a su pueblo “El Mito”, pero en zeta, se encontró con un grupo de viejos amigos y luego de intercambiar saludos y bromas, se pusieron a beber chicha de jora, ya era muy tarde para seguir su camino, los amigos le invitaron que se quedara a descansar y el siguiente día continuar su ruta, pero no quiso. Hombreó su alforja y se fue. Casi todo “El Atajo” y parte de “Rondón” lo hizo a paso ligero, de tal manera que la borrachera se le fue al llegar a “Rumshitana”. Saliendo de la quebrada casi en el mesón, sintió que alguien le seguía los pasos, -ya eran casi las once o doce de la noche-, al verse cerca de Rumshitana y siendo conocedor de la aparición del demonio, cogió su machete y haciendo una cruz en el aire, siguió su camino, diciendo: “no me tentarás desgraciado, yo primero te volaré la cabeza”. Aunque el temor no había hecho presa del campesino, este comenzó a correr. Antes de llegar a la carretera, en una cuestita, volteó y vio una enorme chancha con unos diez o doce chanchitos, que lo perseguían ávidos de alcanzarlo, aceleró su carrera, hasta que frente a la cueva, se detuvo por el cansancio a enfrentar a sus perseguidores, no encontró a nadie, se asustó mucho, a pesar del cansancio, siguió su camino a paso ligero. Casi llegando a la quebrada de Chaupiaco se detuvo tomó aire y se dijo: !me salvé esta vez!, ¡un poco más y me lleva¡
El resto del camino se fue pensando en lo ocurrido, mas su codicia, lo llevó a pensar en un posible encuentro con Satanás, -Pero mejor sería que lo encontrará para que me de plata- dijo en su interior. Casi a las dos, llegó a “La Colpa”. Allí tocó la puerta de un conocido, quien le dio hospicio hasta el siguiente día, en el que se fue al “Mito”.
No contento con lo sucedido, unas semanas después, salió como a las diez, con destino a Chachapoyas, a las doce ya estaba llegando a Chaupiaco, y entre las doce y una, estaba en Rumshitana. No tuvo ninguna percepción extraordinaria hasta ese sitio, ni en la travesía frente al cerro Rumshitana, pero su pensamiento estaba en el posible contacto y el llamado de Satanás era cuestión de minutos, paso por la piedra de los dos huecos, atravesó el camino antes del mesón de piedras, hasta que ahí mismo fue atacado por un fuerte viento que lo envolvió en su poncho hasta derribarlo haciéndolo rodar por la falda hasta el fondo, casi al llegar al río su cuerpo quedó atravesado por un tronco de huarango, según dicen el demonio lo ensartó por ambicioso, durante muchos días lo buscaron por todos lados hasta que un vecino de la zona escuchó una riña de perros junto al rio, fue a ver y se encontró con el cadáver totalmente destrozado por la caída y el consumo de los perros y gallinazos

LA SIRENA DEL RÍO

Faustino, más conocido como “El Faulle” era un campesino dedicado a la elaboración de carbón de madera, andaba por todo el valle del Sonche, buscando robustos y coposos árboles para preparar los más provechosos carbones, que iban a ser utilizados en planchas, fraguas y hasta en las cocinas de los antiguos chachapoyanos.
Para hacer esta difícil tarea, “El Faulle”, se retiraba muchos días a desolados campos. En el día tumbaba árboles, los talaba y picaba en simétricos pedazos para armar un castillo, que después lo tapaba con arena y encendía fuego hasta obtener carbones de gran tamaño y buena braza. El trabajo era sumamente delicado, pues cualquier descuido ocasionaba un hoyo en el horno, convirtiendo en cenizas toda la tanda trabajosamente preparada,
En una de esas jornadas, El Faulle, se había establecido junto al río, muy cerca del cerro “Rumshitana”, todo el día tumbó, romó y amontonó los palos de huarango, pensó que al siguiente día los acomodaría y en dos días más tendría unas veinte cargas de carbón para llevarlos a vender a Chachapoyas.
Al caer la noche, armó su choza, se recostó tendiendo su poncho y comenzó a chacchar, mirando la luna pensó en la Rute, -el amor de sus sueños-, la noche estaba estrellada y el grito de los grillos era intenso y sostenido, el río sonaba a los lejos y de vez en cuando el chocar de las aguas con las rocas distraía la monotonía. En eso… escuchó una música que venía del río, será que han venido a pasar la noche los muchachos del “San Juan”, pensó y siguió coqueando, la música se hacía más atractiva, pero “El Faulle” no se inquietó, su tarea estaba en marcha. Por hoy descansaré y mañana temprano arrumaré,-pensó-.

Ni bien cerró los ojos, un fuerte tirón del pie izquierdo lo hizo ponerse en alerta, ¿Quemstá pasando om? –Se preguntó-, ¿habrá sido algún escalofrío? –continuó- y se volvió a acostar pensando quedarse dormido hasta el día siguiente.
No pudo conciliar el sueño, pues la música se hacía más atractiva, decidió, ir a curiosear a los supuestos jóvenes que se divertían a orillas del río, allá a la otra banda. Se acercó sigilosamente entre las retamas a espiar. En eso vio ahí en el mismo medio del río una mujer que cantaba tocando su guitarra, no lograba verle la cara, por más esfuerzos que hacía, hasta que se le ocurrió tiran una piedra al agua, la cantante volteó y el impacto desmayó al “Faulle”. Ahí estuvo hasta el otro día en que recobró el conocimiento, recordando el motivo del desmayo, se sentó a pensar un rato, chacchando se dijo: -“¡Esto es cosa del demonio!, es mejor que me vaya, acá cerca nomastá Rumshitana”-.
Recogió sus cosas y dejando los troncos y trozos de leña se marchó con dirección a “Sascar”. Esa mañana se preparó y tomó su desayuno, luego se puso a cortar y romar árboles. Al promediar las doce del día, vio abajo en el camino a la misma mujer de la noche anterior que montada en su caballo iba por el camino con destino a “Pauja”, esta vez más sereno la siguió por entre las salvías, pues no lograba verle la cara, lo siguió sigilosamente sin ser visto, hasta que al llegar al puente, se le ocurrió tirarle una piedra, -Era una costumbre de los jovencillos para conquistar a una pareja- la mujer volteó bruscamente y pudo verle su horrible cara totalmente negra, sin ojos, ni boca, ni nariz, sólo cabellos rubios brillantes, su cuerpo terminaba en una sola pierna en forma de cola “cachrcacho”. -Carachama-

“El Faulle” esta vez no se desmayó, volteó y corrió como pudo hasta la tranca del fundo “Sascar” para ponerse a salvo. Cuando llegó a la tranca. Don David, -el dueño- lo recibió, preguntándolo, ¿Qué te ha pasado?, “El Faulle” ya casi sin aliento lo contó, Don David le dio agua y le dijo: Que habrá sido el demonio que le estaba tentando para llevarlo por andar por acá y por allá robando leñas para hacer su carbón.
Desde ese día “El Faulle” se quedó a trabajar en el fundo “Sascar”, en otras tareas, temía mucho por la aparición del demonio y casi siempre terminaba sus tareas muy temprano y se ponía a buen recaudo.
La historia corrió como reguero de pólvora por todo el valle y los carboneros procuraron no acercarse demasiado a los dominios del señor de Rumshitana. En tanto, “El Faulle se fue a vivir a Olmal con su hermana Margarita y algunos domingos bajaba al mercado de La Colpa a vender pavos y guishas de madera.


EL BRUJO DE PIPUS

Dicen que en Pipus vivía un famoso brujo, que tenía un pacto con el demonio de Rumshitana, “Don Eloy”, como se le conocía, hacía increíbles curaciones a los habitantes de toda la ribera del Sonche y los pueblos aledaños de Daguas, Cheto, Soloco, Cullamal y Soloco.
Los desahuciados llegaban a su gran casa en Pipus, seguros de obtener la mágica sanación. Pero el tiempo los quitó a Don Eloy, falleció en circunstancias desconocidas, y dicen que su alma se lo llevó el diablo.
Lo cierto es que, a este brujo se le vio muchas veces después de muerto, una mañana un Sonchino, lo encontró en el camino frente a “La Colpa” montado en un hermoso caballo con su característico sombrero de paja a la riojana y brillosos dientes de oro, lo saludo como era de esperarse, “Buenos días Don Eloy”, el brujo no contestó, lo que sorprendió al transeúnte, volteó a verlo y este ya no estaba había desaparecido, -recién recordó que había muerto hace algún tiempo-.
En otras oportunidades muchos lo vieron después de muerto entrar a su casa, pasear por sus chacras, arrear a sus animales y hasta llamarles..
En su casa de Pipus, una de sus agregadas de confianza, mandó decir una misa, ante los continuos relatos de los lugareños de haber visto al difunto brujo.
El día anterior a la misa, en la cocina del fundo de Pipus, se preparaban tamales, juanes y adobos para dar de comer a los vecinos que vendrían a rezar por el alma de su patrón a fin de que entre en la gracia de Dios y no esté andando. En eso, llamaron a la tranca de la casa, la agregada salió corriendo pensando que era doña Zoila –la viuda-, que había llegado de Lima enterada de la misa. No caminó diez pasos cruzando el umbral de la puerta de la cocina, cuando fue embestida por un robusto perro de color negro, con una enorme cadena de metal, ¡Jesús, Dios!, ¡sálvame!, -gritó-, y en eso salieron todas las otras mujeres que estaban cocinando, el perro se calmó y se fue por la tranca mirando de vez en cuando lleno de ira y refunfuñando. Los hombres que estaban rajando leña atrás de la casa, salieron a perseguirlo, pero no lo encontraron por ningún lado. Es su guardián de Doña Zoila dijo uno de ellos, ¡Santo Dios!, respondió otro.
De todas maneras la misa se celebró en medio del patio, los amigos, vecinos y antiguos pacientes del brujo estaban presentes, la solemne misa seguía sin ningún contratiempo, cuando de pronto, justo cuando el cura iba a levantar el cáliz, cruzaron tres lechuzas sobre el techo gritando maliciosamente, el cura alzó el copón y dijo, ¡Sálvanos señor de las fuerzas del mal!, en eso una fuerte ráfaga de aire invadió el patio de la casa, el cura tomó la cruz y rezó con firmeza, los campesinos y visitantes se tiraron al piso de rodillas, rezaron con mucho recogimiento tratando de ahuyentar al demonio y protegerse, en eso, las puertas de la casa se abrieron y cerraron con mucha fuerza, hasta que poco a poco comenzaron a calmarse, el cura dijo, “ya se va el demonio!, ¡ya se va!, ¡señor protégenos! y que no vuelva más.
El perro del día anterior se fue aullando por la pampa que quedaba frente a la tranca, nadie se atrevió a seguirlo, sabían de quien se trataba.
Después de este extraño acto de exorcismo se bebió y comió los ricos potajes preparados, se bailó al son de la antara y el tambor de “Don Jushte” y no hubo más situaciones extra normales ni ese día ni los próximos. Don Eloy descansó en paz, los pobladores de la zona se curaban con las yerbas del campo recomendada por sus ancestros y los curiosos.



LA MUJER DEL DIABLO

Una tarde casi entrando la noche llegó a su choza Absalón Zuta, un cholo peón de los fundos de la ribera del Sonche, vivía arriba en la purma con su mujer la Socorro. Una tarde después de su dura faena en Pauja, llegó a su casa y como era de costumbre llamó a su mujer; ¡Shoco yastoy aca¡ y se puso a lavarse los pies y luego reposar esperando la cena que su amada le habría preparado, pero ésta nunca llegó, la Socorro había planeado huir esa noche cansada de no tener hijos que lo acompañaran cuando su marido se iba a trabajar.
El cholo Absalón lo buscó por todas partes de la choza, por el corral y los alrededores, lo llamaba de vez en cuando, ¡Shoco!, ¡Shoco! más no respondía.
La “Shoco” conoció un joven en el mercado del domingo allá en La Colpa, y se prendó de él, pensando que con el podría tener hijos y ser feliz, fue en su búsqueda por Opelel. Al promediar las nueve de la noche estaba frente al cerro Rumshitana, sin reparar en los cuentos, ni las creencias del lugar, y como ella esperaba no le pasó nada, cruzó la quebrada de Rondón, subió rápido la cuesta y se sentó allá arriba en la punta en una piedra a descansar.
La noche a pesar de tener un cielo estrellado estaba casi oscura, juntando sus dos piernas comenzó a hilar su copo. De pronto escuchó el sonido del galopeo de un caballo que venía por el camino de abajo de la quebrada, no se asustó, pensó que era algún forastero, que estaba aprovechando la noche para volver a su tierra, pero cuando más se acercaba más brillaban las espuelas, jáquima y punta de la rienda, se acurrucó tras de la piedra tratando de no ser vista, pero su intento fue inútil, el jinete le dijo; no tengas miedo, ya te vi, si quieres te haré compañía, ¿A dónde te vas tan tarde?. La mujer no pudo contestar, se quedó totalmente muda. El hombre del caballo se acercó y le invitó a subir a su anca, más la “Shoco” no quiso, pero cuando le dijo que iba por Opelel, se animó, subió a la piedra y montó. Ni bien había subido como un fuerte viento lo llevó por el cerro, fuera del camino. Al pasar por una travesía, le mostró una casa en el monte, mira allá vivo yo, le dijo el jinete. -Era una linda casa con techos de tejas muy brillantes y paredes con luces- pero voy a dejarte en Opelel. La mujer solo quiso que amaneciera para estar en el lugar de su destino.
Ya casi siendo las seis, lo dejó en la entrada del pueblo, la mujer arrepentida siguió su camino, ando de un lado a otro buscando a su hombre de sus sueños, más no lo encontró, ¡no lo conocemos!, ¡nunca hemos escuchado hablar de él! -decían los opelelinos-. Estuvo allí largo tiempo ayudando en una y otra minga, pero cuando comenzó la época de lluvias, no tenía que hacer ni donde ayudar, hasta que una señora lo mingó para que escarmene, hile y teja alforjas, la “shoco” era muy experta en esos menesteres, hizo bien su trabajo. Un día de esos, vio que pasaba por arriba por el cerco el joven que conoció en “La Colpa”, dejó la rueca y se fue en su búsqueda, no lo pudo alcanzar, preguntó y preguntó, pero la gente no le daba razón
Volvió a la casa, recogió su lliclla y agarró el camino de regreso a su casa, estaba arrepentida, pensó que el demonio le estaba tentando. Era como las doce, cuando ya estaba en la bajada del Atajo, allí se encontró súbitamente con el jinete que lo trajo, este nuevamente lo alzó al anca de su caballo, pero no lo llevó a su destino sino con él.
Mientras tanto en la choza conyugal, el Absalón que estaba durmiendo solo. En una de esas noches soñó que su mujer la “Shoco” estaba sufriendo y lo llamó para que lo ayudara. A la mañana siguiente hombreó su poncho, una buena porción de coca, unas cuantas papas cocinadas y fue en su búsqueda. Andó y andó por todos los lados casi un mes, pidiendo hospicio en uno y otro lado, hasta que una tarde desengañado decidió volver a su choza y encontrarse otra cholita en uno de esos domingos en el mercado de La Colpa.
Cuando estaba bajando tranquilo por el camino a la quebrada, comenzó a llover, sacó su poncho y se tapó, pero la lluvia hacía barro el camino y cada vez más fangoso, decidió refugiarse en una cueva. Per, cuando sacó su calero y colocó su alforjilla en su rodilla para coquear, escuchó que lo llamaban, era la voz de la Shoco, se paró y miro por todos lados, los llamadas cesaron, en eso decidió mirar por dentro de un hueco de la cueva, grande fue su sorpresa cuando vio un hermoso salón, cuyo piso era una enorme laguna de aguas cristalinas y al otro lado estaba sentada la Shoco, su mujer, sentada en un sillón de oro, cuyas patas eran grandes serpientes que movían amenazantes sus colas, quedó pasmado y sin habla, en eso vino adentro en el fondo de la cueva a un hombre totalmente colorado, con cuernos y barbas también coloradas que alzó a la Shoco en sus brazos y lo llevó. El Absalón quedó allí inmóvil. Cuando reaccionó, comenzó a correr despavorido, diciendo ; !su mujer del diablo ya es la Shoco!, repetidas veces.

Después de esa horrible visión, Absalón se fue a su choza, recogió lo poco que tuvo y se fue a trabajar por Sonche, de peón. Después que juntó plata, se marchó a Rioja para no pensar más en la “mujer del diablo”.

LA LAGUNA ENCANTADA

En la cumbre del cerro al frente del cerro Rumshitana en la margen izquierda del río Sonche, Había una laguna de unos cien metros de diámetro, sus orillas estaban totalmente cubiertas de vegetación.
La enigmática laguna de aguas verdosas pero cristalinas, tenían la rara costumbre de devorar a los animales cuando en horas de la tarde entrando la noche iban a beber de sus aguas.
Muchas vacas, toros, caballos, burros y hasta ovejas desaparecieron en las aguas de la inefable. Los propietarios de los Caseríos aledaños buscaban sus animales incansablemente mas no los encontraban. Don Ranulfo, era un ganadero que había perdido hasta tres de sus preciadas reses, por lo que estaba muy mortificado.

Una noche decidió ir a dormir junto a sus animales en la creencia que eran llevados por los abigeos de la zona, la misma que fue desvirtuada, pues al ver que una de sus vacas se acercaba a la laguna a beber agua, la siguió, al estar pendiente del menor movimiento de sus preciados animales.
El hombre quedo sorprendido al ver que su vaca ingresaba tranquilamente a la laguna como si iría a tomar un baño, desapareciendo por completo en la profundidad de las aguas. Quedó sorprendido, pero con la esperanza que su vaca saldría en algún momento, en esa espera quedó profundamente dormido. En su inconsciencia, soñó con un viejo ataviado con un poncho y sombrero negro y de barda bastante crecida que le dijo; “entra mañana a las doce a la laguna, allá en el medio hay una piedra, coge esa piedra y llévala a la parte más alta del cerro, bótalo por el desfiladero y tus animales se multiplicarán”.
El campesino eso hizo, al día siguiente, entro a la laguna -no era tan profunda- como parecía, fue al medio y ciertamente encontró la piedra, la cogió y la llevó a la punta del cerro a arrojarla. Cuando retornó, la laguna se había secado. Los siguientes días los ganados no tenían donde saciar su sed lo que obligó a marcharse a otro lugar. En ese nuevo destino había abundante agua y pastos, su ganado comenzó a aumentar hasta llegar a varios centenares, cumpliéndose la sentencia del personaje del sueño a orillas de la laguna.
LOS BURROS DE LA OTRA BANDA

Don Ricardo era un campesino que vivía en La Colpa, tenía una bonita casa con un extenso patio cubierto de grama y una chorrera de agua que venía del abandonado molino de granos, la había heredado de su padre, Don Juan. Dos Ricardo, se dedicaba a las tareas del campo, la herrería y de vez en cuando a ishpintear –pescar de noche- casi siempre andaba solo pues sus hijos estudiaban en Chachapoyas y su mujer los atendía.
En una noche de luna se fue por la otra banda del río pasando por el puente, pensó que su pesca sería abundante, por que había pocos pescadores por la zona. Al llegar frente a la Pashca –lugar donde el río se partía en dos brazos- se sentó en la orilla ensartó las lombrices en su anzuelo y se dispuso a pescar. Ni bien metió la carnada al río acertó con un bagrecito de regular tamaño, y luego un plateado, y otro y otro. Se entusiasmó tanto, que se quedó hasta cerca de la media noche, en la divertida tarea no se dio cuenta de la hora, cuando de pronto le tiraron con una piedra que por poco lo alcanzan, -¡Carajo, quien está ahí!- exclamó, más nadie le habló, quedándose en silencio. Después de un rato le volvieron a tirar, y cada vez arreciaba los ataques, por lo que decidió marcharse, pensó que algunos envidiosos le estaban espiando y celosos de su abundante pesca le trataban de asustar. Cuando llegó al camino, sintió que unos burros venían jadeantes a sus espaldas, al ver que eran varios empezó a correr, temió por un ataque de bandidos que ansiaban tener sus bienes. Corrió y corrió pues sentía a los jumentos cada vez más cerca. Casi al llegar al puente en la subida ya no tenía aliento, se paró, volteó para ver, pero los animales no estaban habían desaparecido. Llegó rápido al puente, y desde allí gritó, desgraciaos no van a asustarme, en eso escuchó en el camino como si reventaría la vaca loca en las fiestas, un ruido que se perdía dentro de las chishcas.
Don Ricardo se fue a su casa un poco asustado, pensó que el demonio lo estaba tentando, dejó su copiosa pesca en el cordel de su cocina y se fue a dormir, mañana los freiré y el resto lo mandaré a Chacha, -dijo en su interior-.
A la mañana siguiente se levantó ansioso a preparar los pececillos, pero no pudo, la sarta que trajo se había convertido en viejas latas oxidadas. No atinaba pensar que había ocurrido, pues si era el gato que se los comió hubiesen quedados los huesos y no latas. Quedó muy asustado y a la vez decepcionado, había tenido todas las ganas de tomarse un buen desayuno con pescado fresco.

No reveló a nadie lo ocurrido, pues temía que se burlasen, su costumbre de ishpintear lo suspendió hasta que sus hijos y mujer vengan de vacaciones en diciembre y acompañados ir por los apetitosos bagres, plateados y llullcas.


EL VENADO DEL DIABLO

Manuel Meza, un fornido agricultor de la campiña amazonense, vivía allá en el fundo “La Colpa”, en un pedazo de terreno que le dejó de herencia su padre. Aislado de sus hermanos por diferencias en la repartición del legado, se casó con Juana, la hija de Don Lorenzo, un viejo comunero de Sonche. Dedicado a la agricultura y la caza de venados en época de estío, salía siempre solo en busca de los cornudos por las alturas de Chamanapampa, en el cerro que estaba al frente de su humilde choza, atravesaba las llanuras de la parte de arriba, entre las grandes extensiones de paja y llegaba a espesas montañas, donde abundaban los venados, en una que otra oportunidad traía un buen ejemplar sobre los hombros, que era la sustento temporal de su esposa y sus hijos. En su modesta sala exhibía disecadas las cabezas con las enormes cornamentas como trofeos de grandes faenas.

La caza de los venados continuaba, hasta que uno de esos días hirió con su carabina a una venada que estaba por parir, la cargó cuidadosamente y lo llevó a su casa, a pesar de los cuidados que le dedicó arrepentido, la venada falleció, pero el tierno venadito nació y con los cuidados de toda la familia, quenes le daban de lactar en un biberón, le ponían mantas viejas para que duerma debajo la grada y le llevaban con ellos a donde iban.
El venadito creció en familia y solía juntarse con la manada de ovejas. Su hijo Marcial que las pastaba, solía llevarlo con la manada, estaba muy acostumbrado, por las tardes volvía y dormía en el corral. Hasta que un día desapareció y Marcial a pesar de buscarlo por el monte, no lo encontró y regresó sin él, todos quedaron apenados, pero entendieron que este no era su mundo y en cualquier momento migraría.
Al siguiente día como a las seis, llegó por la parte detrás de la casa con una manada de venados de todos los tamaños y edades, Manuel ni corto ni perezoso intentó encerrarlos en el corral, más no lo logró, los venados salieron corriendo en estampida y se marcharon hacia el monte, Manuel los siguió, los venados huían, pero el venadito criado por ellos, se quedó de la manada –Como queriendo despedirse- Manuel estaba de acuerdo con la despedida, pero no se resistía a tumbarse un robusto venado, cogió su carabina y los siguió, hasta que la manada desapareció en la montaña, solo quedo relegado el venadito criado en la casa, Manuel se enfureció y quiso acertarle un certero balazo y darle fin, más no pudo por que acertó el tiro y el venado cayó, fue en busca del cadáver, pero no lo encontró en el lugar que había caído, levantó la cabeza y arriba en la loma el venado le miraba desafiante, Manuel lleno de ira, le acertó otro balazo esta vez no pudo fallar, le dio en el vientre casi a la altura del corazón. Ciertamente el venado cayó, Manuel sopló el cañón de su escopeta y se dirigió a recoger su preciada presa, el venado no había, Manuel se preguntó que habría pasado y esta vez no miró hacia la próxima loma sino que se sentó, a reflexionar sobre lo ocurrido. Decidió volver a casa fue un día perdido y para colmo creo que el demonio me está llevando –dijo-, en eso ve nuevamente al venado, lo estaba esperando en el camino en un encajonado entre las chishcas, Manuel le grito: ¡Sal de mi camino Satanás! y le disparó en la frente, en la cara, en las piernas, en la panza, hasta que acabó todas sus balas. El venado desapareció.
Manuel regresó a su casa y contó toda esta historia a su familia. Pasaron los días y volvían a ver al venado, entre los matorrales, en las lomas y a veces cerca del corral, pero ya no dentro de las ovejas. Hasta que vino el cura Rodríguez, para celebrar la misa de Santa Rosa allá en la casa de la mama Rosaura, Manuel contó lo sucedido al religioso. El cura vino a su casa al siguiente día e hizo muchas oraciones, bendijo la casa, el corral y los cercos de la chacra. Desde aquel día el venado desapareció.
EL CONDENADO DE CASINLAS

Una tarde casi entrando la noche, “La Conshe”, una mujer de unos treinta años, casada con el Eleuterio, un peón del fundo “El Molino”, estaba sentada en el tronco en la puerta de su choza solitaria en la loma antes de llegar al río, esperando a su marido, que vendría del trabajo, habiéndose ya hecho muy tarde, estaba preocupada, y temerosa. Trató de disimular su nerviosismo hilando su copo de lana. En eso pasó por la puerta de su choza un hombre vestido totalmente de blanco con un poncho también casi blanco y sombrero de paja. –Era un alma condenada que iba en busca de otra para llevárselo y liberarse-. La mujer desesperada y presa miedo de la noche solitaria en el campo, le dijo. ¡Buenas noches!, ¿adonde se baste tan tarde? El Condenado contestó: ¡Buenas noches!, voy por un encargo allá al pueblo. ¿No se animaste a quedarse a acompañarme?, ¡mi marido no llega y tengo miedo de estar solita! –le dijo la ilusa Conshe- , el condenado accedió hacerle compañía, la Conshe le llevó a su Cocina, y allí le sirvió una lapa de locro de frejol con col, el condenado lo recibió y comenzó a comer, lo raro estaba en que la comida que tragaba se veía cuando pasaba por su cuerpo y caía al piso. La mujer quedó sorprendida y acercó su candil para cerciorarse si estaba en lo cierto. Señor, ¡estaste ensusiando su ropa!. Le dijo. El condenado le dijo: No te preocupes, pronto la limpiaré, por que esta noche me salvaré. La Conshe quedó asustada, no entendía lo que decía. El condenado continuó: “Tu has interrumpido mi camino, tu me tendrás que acompañar para entregarte y salvarme”. La Conshe, no supo que decir, solo atinó a disculparse el no poder acompañarlo por ser una mujer casada y estaba a la espera de su marido. Mientras el condenado intentaba convencerla, la Conshe pensó en una treta para salirse del meollo.

Salieron de la choza y enrumbaron hacia Rumshitana, cuando ya han avanzado unas tres o cuatro cuadras, la Conshe le dijo, ¡Pucha miolvidao mi justán, espéremste ahorita voy a volver!, el condenado no quiso, pero ante la insistencia le dijo que si podía irse pero llevaría con ella su hilo de condena. La mujer cogió el hilo lo envolvió en su carrete y fue con dirección a su choza, en el camino, amarró el hilo en un pequeño montón de paja, para que el viento se lo llevara y de esta manera el condenado no lo ubique.
Así se salvó la Conshe, llegó a su choza agarró sus cosas y se fue a parar en la casa del fundo “El Molino”, donde estaba su marido “El Eleuterio”. Llegando contó la historia, por eso ella y su marido se quedaron a dormir allá. Temían el regreso del condenado.

OCTA RUPANGUE

Gregorio Culque, era un campesino agregado –sirviente- del fundo “La Colpa”, se dedicaba de vez en cuando a preparar carbón para la cocina de su patrona o la fragua de Don Juan, El Herrero. “El Goyo” – así le decían-, era casi mudo de nacimiento, solamente se comunicaba por señas y con algunas palabras que pronunciaba entrecortadas.

Cierto día, El Goyo fue comisionado para preparar carbón, para planchar las ropas del cura, sus sacristanes y prender las brazas del incensario en las celebraciones de la fiesta del Señor del Calvario. Armado de su hacha, machete, su buen poncho de lana, su alforjilla de coca y su calero lleno de cal, se marchó por las alturas, pues el bosque en esta parte del fundo era muy copioso y los árboles de tola proporcionaban un carbón muy ardiente y luminoso.
Como era de esperarse, todo el día cortó gruesos troncos, los picó con su filuda hacha hasta el anochecer, tenía que apurarse, la fiesta estaba cerca y los carbones deberían reposar antes de ser utilizados. Cuando terminó, se recostó tendiendo su poncho al pie del cerro en una cuevita, pero vaya sorpresa, no tardó en sacar su alforjilla y calero para chacchar, cuando en eso escuchó el quejido del Cojo –Una ave según los lugareños, de color negro con una sola pata que andaba por debajo de los matorrales y era señal de mal agüero-, los quejidos del odiado animal se hacían más frecuentes. Pero El Goyo al estar privado de la facultad de hablar no lo podía ahuyentar, pero como defensa prendió la hojarasca con sus gastados pedernales para acompañarse alumbrándose, el cojo se marchó, ya no lo escuchó más, mientras tanto se quedó dormido, cuando de pronto, algo le jaló de los pies, ¡Octa rupanque! –le dijo- era un animal negro cuyo rostro no pudo ver, desapareció en la oscuridad de la noche, no obstante El Goyo trató de conciliar con el sueño, y nuevamente; ¡Octa rupanque!- le gritaron, El Goyo se levantó a corretear al intruso, pero esta vez hizo una cruz con su machete golpeando la peña repetidas veces –Así le habían enseñado sus ancestros-, el extraño ser esta vez no se rio, se fue por la fila reventando como cohete de fiestas.

En su ingenuidad y fiel al cumplimiento del deber, El Goyo se quedó en el lugar todo el siguiente día construyendo el horno para asar el carbón. Al medio día su hermana la Margarita, le trajo el almuerzo. Entre bocanada y bocanada de su ucho, entre señas y entrecortadas palabras contó lo sucedido a su hermana,-Ella le entendía a la perfección-. Esa noche Margarita, encerrando las gallinas, dando yerba a los cuyes y mudando su única vaquita, se fue a acompañarlo. Esta vez no pasó nada. Al siguiente día cuando abrieron el horno, el carbón estaba como rosas que acaban de nacer. ¡Quée bonitosté hom! –dijo la Margarita- se fueron contentos a su choza casi al medio día a comer, mientras el carbón reposaba para llevarlo a la casa de la patrona.
Pasaron los días y la Margarita, contaba a todo el mundo lo que le había pasado a su hermano, mientras tanto El Goyo fue en busca del carbón en compañía de otros peones, cuando llegaron al lugar, no encontraron más que cenizas, todo el carbón se había vuelto cenizas. El Goyo lloraba arrepentido, pues no podría cumplir con su patrona, ni menos con la santísima cruz que veneraba. De pronto en el monte se escuchó burlonas risas, que se alejaban.









II PARTE











LA GRATITUD DE LA BURRA

Don Ernesto era un campesino que vivía allá en las lejana encañada de Ninashungo. En otros tiempos fue un apreciado músico que asistía en las fiestas patronales y otras celebraciones en el valle del Sonche. Debido a la separación de su consorte y el viaje de sus hijos a Lima, se refugió en este solitario lugar. Allí construyó una choza con techo de paja, con paredes de maguey, en el medio de su chacra, junto a la quebrada. Los días los pasaba labrando la tierra, sembrando yucas, maíz, frejoles y una que otra hortaliza. Los domingos bajaba al mercado de La Colpa a comprar sus víveres para la semana y tomarse unos vasos de guarapo con otros viejos amigos, al caer la tarde regresaba a su solitaria morada acompañado de su perrito hueso.
Una tarde, cuando regresó un poco entrado en tragos, encontró en el camino una burra que se había rodado desde la parte alta del cerro. Se acercó al animal para socorrerla, pues se había roto la pierna y no podía ponerse en pie, después de mucho esfuerzo y utilizando sogas y palos levantó al animal y la ayudó a descansar, allí le daba de comer todos los días, le daba de beber agua y entablilló su pierna, en espera de su dueño para entregárselo.
Pasaron los meses y no apareció el dueño, pero el animal sanó, se puso de pie y hasta pudo correr. Los siguientes domingos, don Ernesto llevaba a la burra al mercado dominical, sin que nadie se acercase a reconocer al animal como su dueño. Y así pasaron los días y los alegres domingos de mercado, don Ernesto iba acompañado de la burra y su perro “Hueso”, hasta que uno de esos días tratando de coger una chirimoya de lo alto de un árbol, cayó rompiéndose la pierna. Allí estuvo en el suelo retorciéndose de dolor, Hueso aullaba pero no podía hacer nada, la burra se acercó a él, pero tampoco podía hacer nada. Esa noche pasó casi en agonía, la presión le bajó y poco resistía.
Al siguiente día estaba casi inconsciente, la fría noche había hecho estragos en su esmirriado cuerpo. Despertó casi al medio día y con voz entrecortada pedía: ¡agua!, ¡agua!, ¡agua!. Hueso no atinaba a nada pues solo aullaba y movía la cola, la burra al ver este triste cuadro, como si fuese ser humano, se acercó a la choza y embocó de la asa un balde, lo arrastró hasta la quebrada y recogió agua, llevó cuidadosamente el agua levantando el balde, hasta el lado del enfermo, don Ernesto al sentir la presencia del agua, se levantó a puras penas y pudo beber. Se tranquilizó un poco, y pudo reposar esa tarde. Mas tarde casi al anochecer, se desató una menuda garúa, don Ernesto se mojaba pero no podía moverse, Hueso aullaba y movía la cola olfateándole todo el cuerpo. En eso, la burra apareció por detrás de la choza jalando con su trompa el poncho de don Ernesto, lo cubrió haciéndose ayudar por su trompa y patas. La garúa no cesó y hasta el poncho se mojó, El enfermo se retorcía de dolor y no podía levantarse, ni siquiera gritar para que alguien lo auxilie. La burra nuevamente acudió al él, lo destapó y extendiendo su poncho a un costado y lo revolcó. Jaló con sus fuertes muelas el poncho y con él a don Ernesto hasta que lo puso debajo de la choza. El frío era intenso y ella se acostó junto al él para prestarle su calor corporal. Pasaron los días y don Ernesto apenas podía levantar la cabeza y retorcerse de dolor, jalar algo para comer o beber el agua que la burra traía de la quebrada.
Una tarde don Ernesto, ya estaba un poco mejor y conversó con los animales: ¡Si ustedes hablaran se fueran a avisar a alguien para que me ayude!. La burra escuchó atentamente, y al siguiente día muy temprano antes que despunte el sol, salió por la tranca votando los badajos, y se fue por la bajada a todo galope, llegó a la casa del vecino más cercano, don Lucas; entró a su patio y se posesionó junto a la casa casi respirando la nuca de uno de sus hijos, doña Sabina salió a espantarla, pero el animal no se movía. ¡Del Ernesto es su burra! -dijo don Lucas-, ¿Por qué habrá venido? –preguntó- , la burra no se movía lo que les causó extrañeza y curiosidad, cuando Don Lucas se acercó a ella, ésta comenzó a caminar en dirección a la tranca y se encaminó por Ninashungo, Don Lucas lo siguió, presintiendo algo malo.
Llegaron a la chacra a eso de las once, y encontraron a don Ernesto retorciéndose de dolor. ¿Qué ya te has hecho hombre? –dijo, Don Lucas-. Enseguida lo cargo y se lo llevó a su casa para curarlo, después de algunos meses sanó y volvió a su vida habitual junto a su burra y a su perro.




EL BECERRO Y EL AVISPERO

Juana era una hermosa vaca que cada año paría robustos becerros, y proporcionaba abundante leche para la fabricación de quesos. Uno de esos años tuvo un becerro muy inquieto al que lo llamaron Ruperto, acogiéndose al santoral del almanaque Brístol. Ruperto, corría alegremente por arriba y por abajo junto a los demás becerros y de vez en cuando provocando la protesta y regaño de los toros y las otras vacas que por allí rumiaban.

Después de los tres meses de rigor, para amamantar y servirse de la leche que proporcionaba Juana, fueron dejados en libertad madre e hijo, Ruperto, tenía un amplio espacio para correr y divertirse. Una tarde en que estaban pastando en el potrero, Ruperto, se acercó a ver porque las avispas entraban y salían de un enorme copo. Se acercó lentamente y comenzó a husmear. De un sorbo succionó la miel del avispero y con él, algunas avispitas que estaban dentro. Le gustó mucho la miel y las picaduras de las avispas no le causaron mucho daño, y así siempre volvía al avispero a succionar la miel y con ella comerse algunas avispitas y pisotear a otras.
Una tarde que se acercó al avispero, notó que había más avispas que de costumbre, pero como si hubiera pensado, que a más avispas más miel, se acercó presuroso a succionar, cuando fue atacado por muchas avispas que incrustaban sus aguijones por todo su cuerpo. Allí quedó Ruperto en el suelo, por el dolor e hinchazón no podía ver, ni andar.
La vaca Juana, que extrañaba su presencia, pronto acudió en su búsqueda y lo encontró ahí tiritando de dolor por la hinchazón, lo lamió todo su dolorido cuerpo, más Ruperto estaba grave y no reaccionaba, al segundo día, a se puso de pie con dificultad, pero estaba tambaleándose. La vaca enrumbó hacia la tranca del potrero y pudo derribar los badajos, y salir junto a su cría. Pronto estaban frente a la tranca de la casa de su dueña. Al notar la extraña presencia del animal acudieron a verla y se cercioraron de la gravedad del becerro. Con frotaciones de grasas y aceites, lograron que pronto sanara.
Ruperto, el becerro que le gustaba la miel, nunca más se acercó a los panales de avispas y pronto aprendió a comer el pasto del verde campo.

EL CAMAJE DE LA BRUJA BLANCA

En Ubilón, por el camino a la Jalca Grande, siempre encontraban los viajeros una enorme serpiente blanca, algunas veces se les cruzaba el camino raudamente, otras estaba enroscada en el medio y en una que otra oportunidad encontraron su cascarón. Los lugareños decían que es el camaje de una famosa bruja llamada Micaela, ¡Es su camaje de la Mica! –decían- pues la aludida era blanca y de pelo castaño, alta y delgada. Un día el gobernador de Ubilón, decidió terminar con el animal, pues ya había asustado a mucha gente y temían que picara a alguno y le ocasionara la muerte.

Allá fue acompañado de otros comuneros, mas el animal no apareció por ningún lado como presagiando su destino. Una y otra vez el gobernador organizó cuadrillas para encontrar al animal y darle muerte, mas no lo encontraron.
Una tarde el gobernador que estaba deshierbando sus papas en su chacra, se sentó a chacchar junto a un viejo y grueso tronco, se olvidó de la serpiente y pensó en lo provechosa que iba a ser su cosecha, cuando de pronto sintió un fuerte y adormecedor mordisco, que lo dejó casi sin sentido. Era la mordedura de la serpiente blanca que estaba persiguiendo, trató de ponerse de pie para seguirla, pero ya no pudo, el efecto del veneno lo derribó e invadió todo su cuerpo. Al tercer día encontraron al desafortunado, muerto, con su cuerpo totalmente ennegrecido por el efecto del mortal veneno.
La gente se alarmó mucho más y temían ir por el camino, por las tardes o el medio día en que el animal solía aparecer. En otro día una Jalquina que venía de tiempos al pueblo y no estaba enterada del percance del gobernador, se sentó a descansar sobre una piedra en el camino, de pronto escuchó el desplazamiento de la culebra dentro de las hojarascas, se levantó y vio al animal, era una hermosa serpiente blanca que arrastraba una especie de sonaja en la cola. La mujer, asustada, corrió y corrió como pudo, la serpiente la perseguía, la mujer corría con más celeridad hasta que logró subirse a un poyo dejando a la serpiente abajo intentando treparse pero no podía porque resbalaba en la roca. Ahí estuvo un buen rato la mujer llamando y llamando para que lo socorrieran, hasta que unos muchachos que venían de su chacra la escucharon y fueron hacia ella. La serpiente desafiante se irguió apoyándose en su cola para enfrentar a los socorristas, ellos intentaron golpearle con unas ramas y sus machetes, mas el ofidio los esquivaba con destreza, hasta que decidió atacarles, fue hacia ellos, hasta que alcanzó morder al más pequeño, en eso uno de ellos le asestó un corte casi en la mitad de su cuerpo, la parte que llevaba su cabeza siguió tratando de morder al otro, pero el joven herido que estaba en el suelo alcanzó a cortarle justo entre su cuerpo y cabeza, la cabeza siguió saltando en pos de los otros jóvenes, hasta que la Jalquina lo aplastó con una piedra. Acudieron al herido que casi estaba muerto, amarraron con sus correas su pierna a la altura de su muslo para que el veneno no avanzara, pero el muchacho seguía desfalleciendo, la Jalquina sugirió un viejo pero efectivo remedio, les dijo que defecaran uno de ellos y untaran la parte herida con su excremento, los dos muchachos hicieron el intento más no lo lograron. La Jalquina se fue rauda por detrás de las piedras, defecó y trajo en sus manos una porción de su excremento, y untó la herida del muchacho, Este poco a poco comenzó a ponerse en sí, hasta que recobró el conocimiento, pudo ponerse de pie y junto con sus hermanos pudieron irse del lugar.
Los siguientes días los muchachos siguieron el tratamiento sugerido por la Jalquina y al poco tiempo sanó de la herida. La vida volvió a ser la misma y sin el peligro de encontrar a la serpiente blanca en el camino. Según contaban los lugareños, la bruja Mica murió la tarde que dieron fin a la serpiente.

EL LORO PELADO


En épocas de choclo los loros frecuentaban los maizales para saciar su hambre con los tiernos frutos, los agricultores ideaban una y otra forma de liberarse de tan desagradables visitantes; hacían tasajeras para espantarlos con sus ondas, construían trampas de soguilla de cabuya y hasta con sus jebes los disparaban, pero los loros no se daban por vencidos y seguían viniendo.
Una tarde Tito, un joven agricultor, casó un loro aún pequeño, lo llevó a su casa, le cortó sus alas, y a diario le enseñaba a hablar, más el loro no pronunciaba palabra alguna. Pero cierta tarde doña Rosaura su madre- estaba silbando para llamar al viento y poder escoger el café pilado y de pronto el lorito comenzó a imitar el silbido. De allí en adelante cada vez que escuchaba un silbido, lo imitaba casi a la perfección. Pasaron los días y vinieron unas jovencitas limeñas al pueblo, las muchachas hablaban rápido como es costumbre en la costa, el lorito con su trenzada caminata se acercaba para escuchar a las costeñas, hasta que un día Liliana, la más habladora, llamó a sus hermanas; ¡Vengan a comer! El loro la imitó: ¡A comerrr!, y repitió la frase toda la santa tarde. Al otro día escuchó: ¡Titooo!, ¡Titooo! Cuando llamaban a su dueño desde la tranca, el loro imitó los llamados y cada vez que gritaba alguien, lo imitaba casi a la perfección. Ese día pusieron por nombre al lorito, Perico, y de ahí en adelante cuando le llamaban por su nombre, repetía: ¡Periiico!, ¡Periiicooo!, el loro hablaba muchas palabras, en los días lluviosos se alegraba y mojaba erizando sus plumas.
Llegó la época de lluvias y hacía dificultosa la tarea de los agricultores, por lo que se trasladaban a la ciudad. Esta vez llevaron consigo al lorito. Le hicieron una jaula para que no se escapara en el viaje, ni en la ciudad. Pero cuando llegaron a su casa en Chachapoyas, tuvieron pena que el lorito no se desplazara en libertad, por lo que decidieron colocarle arriba en el alambre para tender ropa. Allí estaba Periquito; repitiendo los gritos de las personas, se alegraba mucho cuando llovía, mojándose sus plumas erizadas, silbaba a los que pasaban: ¡Juitfuiu!, ¡Juitfuiu! ¡Juitfuiu!,¡Hola! ¡Juitfuiu!, ¡Hoooola! –repetía-, y cuando volteaban; simulaba reír, ¡jai!¡Jai!. Esto lo había aprendido de su dueño; Tito, Cuando se jugaban los partidos de fútbol en el estadio, solía posesionarse en lo alto del techo para gritar y gritar, ¡Oyee!!, ¡Corre!, ¡Corre! ¡Corre! e imitaba el silbato del árbitro. Pasó el tiempo y el lorito estaba muy habituado a hablar, ya había aprendido muchas palabras.
Un día en sus habituales paseos se metió a la cocina y como encontró el horno de leña abierto se metió para curiosear. El loro ardió y todas sus plumas se quemaron, salió corriendo dando gritos de desesperación, sus plumas se chamuscaron totalmente quedando totalmente pelado. Los muchachos que lo querían mucho, quedaron muy apenados y pronto lo envolvieron en un trapo para evitar que se congele de frío, La vecina, que era costurera, le coció una ropa a su talla. El lorito pasaba picoteando el palo del tendedero y muerto de tristeza, ya no gritaba ni imitaba a nadie, sus plumas poco a poco comenzaron a crecer, hasta que reventaron por completo la chaqueta que vestía, ni su dueño ni los vecinos repararon que sus alas estaban bien crecidas, hasta que una tarde una bandada de loros silvestres atravesó el cielo, Periquito gritó de alegría y se echó a volar hasta que alcanzó a los demás loritos, se fue con ellos, volteando de vez en cuando como queriendo despedirse. Nunca más se supo de Periquito, el lorito hablador.


EL CHANCHO COLORADO

Después de limpiar las acequias todo el día, al anochecer; nos lavamos los pies y nos pusimos los zapatos. Lucho, Juan y Yo, teníamos planeado ir a ver la película al aire libre que proyectaban en la plaza de armas, nos habían dicho que pasarán: Tarzán, el rey de la selva.

Después de cenar, huimos sigilosamente, pues si nos descubrían, no solo dejaríamos de ver la película sino que nos caería una buena zurra. Logramos huir corriendo uno tras del otro. Pronto llegamos a la plaza de armas; la función ya había empezado, nos sentamos adelante, en el piso, la gente notó nuestra presencia y se incomodó, -¡Ssssttt!, ¡Caramba! ¡Cállense!, refunfuñó- nos quedamos callados y muy avergonzados, no logramos entender la película, sólo nos encantó la selva, los animales, la mona Chita y la valentía del propio Tarzán, ese personaje que nuestra abuela nos contaba; “Una vez cayó un avión en la selva y el único que sobrevivió fue Tarzán, aun cuando era muy pequeño, fue encontrado y criado por una mona”. Quedamos intrigados por la historia y la oportunidad era propicia para conocerlo.
Cuando terminó la función, tratamos de volver a casa, pero nos perdimos dentro de la multitud, nos fuimos caminando en sentido contrario al camino de regreso, cada vez nos alejábamos más por lo parecido de las calles, hasta que nos paramos en una esquina a tomar aliento, es donde nos dimos cuenta, inmediatamente empezamos el retorno.
Caminamos muchas cuadras en sentido contrario, hasta que Lucho gritó: ¡Por allá está la casa!. Avistando un conocido letrero. Nos llenamos de alegría y corrimos, estábamos salvados, nos cansamos y nos paramos a descansar, en eso, notamos que un chancho colorado nos seguía, pues no teníamos mucho miedo a los chanchos, conocíamos muchos-, pero este era más robusto y con cerdas erguidas, nos siguió furioso y trataba de alcanzarnos, corríamos con tanta fuerza que nos olvidamos de la fatiga, ni siquiera la cuesta del camposanto nos detuvo y el chancho estaba allí atrás de nosotros. Cuando llegamos a Belén volteamos a ver al animal, pero ya no estaba, desapareció en el camposanto.
Llegamos a la casa, la abuela estaba allí parada en la puerta de la sala con la gruesa rienda de caballos para propinarnos una reverenda zurra, pero al ver nuestros rostros de miedo, se calmó y preguntó: ¿Qué han visto? ¿Por qué están así?, le relatamos lo ocurrido y nos dijo que siempre ocurría esa persecución del chancho colorado a los muchachos callejeros. Desde esa noche decidimos no salir y preferimos quedarnos a jugar en la casa.

EL HIJO DEL PUMA

En un poblado muy lejano de la ceja de selva amazonense, un avezado puma era el terror de los vecinos, pues se llevaba los mejores animales de los potreros y corrales sin que nadie pudiera hacer nada contra él.

En una de sus andanzas, conoció a una bella joven, blanca y chaposa de quien quedó prendado. Un día, en una de sus correrías, siguió a la joven a su casa, lo apretó entre sus brazos y lo llevó al monte, -según los pobladores-, lo metió en una cueva en lo alto del cerro, donde la muchacha no podía bajar. Ahí lo tuvo apresada hasta que la embarazó y tuvo un hijo, que no era más que un ser humano con cabeza de puma. El niño vivió hasta cierta edad en la cueva, junto a su madre. El viejo puma traía diariamente comida para la joven y su hijo, producto de sus raptos en las casas y chacras del pueblo.
Después de algún tiempo, El hijo del puma que ya era joven, preguntó a su madre por que vivían allí en un lugar tan inhóspito. La madre le contó la historia, y el semi-puma, quedó intrigado por conocer el pueblo, las casas y a otros semejantes para jugar.
Un día el puma-padre que había ido de cacería apareció totalmente ensangrentado y moribundo. Un cazador le había acertado un tiro y no tardó mucho tiempo en morir. Dejó a la joven y el semi-puma en abandono, lo que los obligó a buscar la forma de bajar de la cueva. Después de varios intentos lograron bajar y se marcharon al pueblo. La gente quedó asustada al ver después de muchos años a la joven y su extraño hijo. Todos salían a ver, mas el hijo del puma los miraba sonriente y miraba con asombro las casas y todo lo que nunca vio. La joven y su hijo, se dirigieron a la casa de sus padres seguidos por la gente que acudía presurosa a ver la extraña escena.
Cuando llegó a su antigua casa, ella, contó toda la extraña historia a sus familiares. Pronto le ayudaron a reinsertarse a la gente del pueblo, enseñaron al hijo del puma a vivir dentro de la civilización y éste fue aceptado por los otros niños, a tal punto que era el preferido para los juegos de competencia por su astucia y velocidad.
Cierto día, en la escuela, uno de los niños se enfrascó en una discusión con él, hasta llegar a los golpes. El semi-puma, le propinó un severo golpe hasta matarlo.
Los maestros y autoridades del pueblo quedaron muy asustados por la agresividad, por lo que decidieron organizar una reunión comunal, en ella, acordaron separar al semi-puma de la escuela y obligar a su madre para que lo llevara al monte. La madre lo escondió por mucho tiempo en su casa y decía a los que preguntaban, que se había marchado. Hasta que creció, maduró y se fue del pueblo, no se sabe qué fue de él.

LA CAZA DEL OSO

Mauro, Shavico y Jacinto eran tres cazadores de la ribera del Utcubamba, apertrechados convenientemente, con ponchos, plásticos, tabaco, coca y cal; se internaban en las montañas de la Jalca Grande en busca de venados, conejos y uno que otro animal salvaje que encontraban en sus cacerías, pero su deseo mayor era cazar osos de anteojos, pues su piel, carne y grasa eran muy apreciadas.

Después de varias horas de arduo caminar, estaban allí en las guaridas de los animales de la montaña. En una de esas jornadas, acamparon en la tarde cerca de una cueva bajo la sombra de un coposo árbol, prendieron una fogata y se sentaron alrededor de ella. El siguiente día, muy temprano, tendrían que salir a buscar los preciados animales. La noche cayó tranquila y entre bulliciosos cantos de pajarillos y uno que otro grito lejano de los animales de la montaña, se quedaron dormidos. Entre las ocho y nueve de la noche, Mauro despertó súbitamente, sintió el aliento de un robusto oso que le olfateaba sus pies. Pensó que era un sueño, pero no el oso estaba ahí olfateando con su fría trompa sus manos, se quedó allí quieto de miedo rezando por el daño que le podría causar la fiera. El oso llegó a olfatear hasta cerca de su cuello y luego levantó su pesada cabeza para mirar a su alrededor. Mauro aprovechó para estirar lentamente su mano hasta coger su carabina, el oso caminó unos pasos y de un salto subió al árbol, se recostó en una de las ramas y cual ser humano que se posa a descansar en una hamaca, se acomodó para dormir. Mauro, despertó a los otros cazadores con voz silenciosa y les puso en alerta de la presencia del animal. Los tres cogieron sus carabinas y apuntaron en dirección al lecho donde descansaba la fiera. Dispararon casi al mismo tiempo, pero el oso no cayó, ni siquiera un ruido se escuchó, quedaron sorprendidos, se miraron el uno al otro y volvieron a disparar y al igual que la primera vez, no pasó nada.
Esta vez se llenaron de pánico, recogieron sus cosas y se marcharon raudos del lugar, corrieron peña abajo -según la creencia, los osos no pueden correr de bajaba-. Como a la medianoche estaban en la orilla del río. A pesar del frío, pensaron que estarían a buen recaudo, cruzando el río, pues el oso tendría dificultades para cruzar. Sacaron sus caleros y siempre alertas empezaron a chacchar, la noche no tuvo mayores contratiempos y en la mañana, fueron a ver lo que había sucedido en el lecho del oso misterioso de la noche anterior. No había nada y pensaron que Mauro había tenido una visión, fruto de la obsesión por cazar el peludo animal.
En la tarde, se dirigieron a la montaña en busca de un verdadero oso para darle muerte y volver victoriosos a su pueblo, Anduvieron toda la tarde sin encontrar la preciada presa. Ya en la noche, acomodaron sus cosas cerca de una peña, tejieron un techo de ramas y hojas, prendieron una fogata y Shavico, el más joven, decidió hacer guardia, mientras Mauro y Jacinto dormirían. La noche en la montaña cayó, Shavico fumaba tabaco y chacchaba para evitar el sueño, mirando a su alrededor. Casi a las nueve, vio dentro de los arbustos a un oso de buen tamaño que se desplazaba tranquilamente sin notar su presencia. Shavico disparó hacia él. Sus compañeros despertaron inmediatamente ante el ruido del disparo, ¿Qué pasó?, -preguntaron- Shavico haciendo alarde de destreza, les dijo: ¡Ya tumbé uno!, vayan a recogerlo, Mauro y Jacinto fueron hacia el bosque pero no encontraron nada. ¡Shavico! , ¿nuay nada! –le gritaron- Shavico fue hacia ellos presuroso, pero no encontraron ni rastros del animal.
Esta era una segunda noche de sorpresas, otro oso fantasma. Volvieron a sus improvisados lechos y ahora, Jacinto, se sentó a montar guardia, no pasó ni media hora cuando allí frente a ellos, vio la cabeza de un enorme oso negro con pintas blancas cerca de la nariz. Disparó casi al instante una y otra vez. Sus compañeros despertaron y también se pusieron a disparar. Hasta que uno de ellos dijo: ¡Ya basta, debe estar muerto!. Esta vez no fueron a ver el cadáver, pensaron que sería mejor cuando amanezca.
Fumando tabacos y chacchando, amanecieron en guardia, esperando una nueva sorpresa, pero no ocurrió nada. Casi al rayar el día, se quedaron dormidos, De pronto, Jacinto soñó a un viejo vestido con un poncho negro, de barba larga y espesa que vino hacia ellos. Cuando llegó, le dijo: ¡Váyanse de aquí, no se llevaran mis osos, son de mi montaña!. Cuando despertaron al siguiente día, fueron en busca del oso que habían disparado y según ellos estaba muerto, pero no lo encontraron. Jacinto les relató el extraño sueño. Los tres cazadores ante las extrañas apariciones y el pedido del viejo del sueño, pensaron que sería mejor regresar al pueblo y abandonar la cacería.

EL PAÑOLÓN DE HERCILIA

Octavio, un conocido transportista de querosene en épocas pasadas, traía en su camión la dotación mensual para la población que lo esperaba ansiosa haciendo largas colas y peculiares colas con latas y bidones. Habiéndose retrasado muchos días en el camino debido a los fangos por la época lluviosa, trató de ganar tiempo y aceleró de tal manera que llegaría a la ciudad antes que amanezca, de modo que la venta del preciado combustible se inicie a las primeras horas del día.

Al iniciar la última subida antes de llegar a la ciudad en el cerro Limonpunta, en la misma curva una mujer ataviada de negro, alzó su mano en señal para ser auxiliada. Octavio detuvo el pesado camión, cortésmente abrió el cerrojo de la puerta de la caseta y la invitó a subir. La mujer subió sin pronunciar palabra, manteniéndose en silencio hasta que llegaron a Chachapoyas, Al llegar a la curva por la puerta trasera del cementerio, le dijo que allí bajaría. Octavio detuvo el camión y la mujer descendió, luego al poner en marcha su vehículo, se preguntó por la extraña actitud de su ocasional pasajera. Miró por el espejo retrovisor adonde se dirigía, quedó sorprendido, la mujer entró por la puerta de rejas del cementerio.

Las cuatro cuadras que separan el cementerio hasta la puerta de su casa se hicieron interminables, pues quería llegar lo más pronto posible y contar lo ocurrido. Llegando a la puerta de su casa, cuadró su camión y al recoger las cosas de la caseta de su carro, encontró un pañolón negro, lo cogió para llevarlo como prueba de la aparición de la extraña pasajera. Ya en su casa su mujer le dijo; “!ese pañolón ha sido de la Hercilia, ella ya se ha muerto!”.

Octavio y su mujer no se explicaban tal acontecimiento, por lo que llevaron el pañón a la parroquia para consultar qué harían con él. El cura les aconsejó que lo entregaran a los familiares de la difunta. Los familiares certificaron la propiedad del pañolón y dijeron que era la prenda que se extravió cuando años atrás murió Hercilia en un accidente en el cerro Limompunta.



LA OBSESIÓN DE NADAR

Bajaban de “Luya Urco”, subían del “Santo Domingo”. Los demás eran de los alrededores de la plaza. Lo cierto es que los expertos en el brillo del calzado, daban vueltas y vueltas buscando a los empleados públicos, a los estudiantes y claro, a los que venían de los pueblos. Con los forasteros las ganancias eran mayores. Algunas veces se armaba serias discusiones, por el elevado precio, pero los lustrabotas eran muy unidos y acudían todos en ayuda del compañero en problemas. -El truco era no acordar el precio del servicio y cuando el zapato estaba lustrado, se le cobraba hasta diez veces el precio normal-. El ocasional cliente tenía que pagar, pues era amenazado con ser ungido con ácido que tenían en una botellita de líquido de freno, -en realidad era agua-.
Una mañana irrumpió en la plaza uno de los más antiguos integrantes del grupo, traía con él un novedoso betún que sacaba mayor brillo, a mitad de precio. Lo había preparado desarmando las pilas de radio, sacando el polvo y mezclándolo con grasa de carro. Los Lustrabotas corrieron hacia él para adquirir el producto y mejorar sus ganancias. Pronto todos tenían en sus cajones el novedoso invento, solo esperaban a los clientes, que a su entender, quedarían satisfechos.
Esa mañana lustraron muy contentos y hasta cantaban y saltaban de alegría, las ganancias eran mayores y los clientes iban contentos. El proveedor del producto se fue rumbo a su casa en Santo Domingo, tenía que preparar el nuevo betún que ya había calado en el mercado.
Pasaron unos días y, aparecieron uno a uno los clientes que habían sido atendidos con el novedoso producto, sus zapatos fueron seriamente afectados, el ácido del polvo de pilas los había ocasionado serias rajaduras.
Los lustrabotas, estaban muy asustados, pero se disculparon y como siempre unidos dijeron que habían sido sorprendidos con un betún hecho en casa. Una vez calmada las aguas en la plaza, se juntaron junto a la pileta y acordaron ir en busca del falso inventor. Cruzaron la diagonal frente a la catedral, enrumbaron por el jirón Amazonas, hasta el Santo Domingo, y de allí bajaron hasta la esquina de la antigua Cárcel. Preguntando por el paradero del falso inventor. Los muchachos que estaban por ahí jugando les informaron que al verlos llegar en grupo, salió corriendo. Los Lustrabotas se pusieron más furiosos, se organizaron en grupos de dos y tres para buscar por toda la zona o indagar por el estafador. Bajaron por el jirón Santo Domingo, pasaron por la iglesia y pronto ya estaban cerca del barrio de El Molino, No había por ningún rincón, todos decían haberlo visto correr pero no sabían por qué. Como a las tres, estaban cerca del Molino, en eso, uno de ellos grito: ¡Una piscina!, ¡Una piscina!, todos corrieron a ver, era una pasión aprender a nadar, la piscina redonda estaba allí dentro de las pencas y chishcas, - era una posa donde se mojaba greda para la tejería- . Los lustrabotas se desnudaron y así como vinieron al mundo, se lanzaron al agua, su color y espesura no era obstáculo, nadie se dio cuenta. A tal punto que olvidaron al inventor del betún de pilas.
Cuando se disponían a marcharse, tres trabajadores de la tejería, irrumpieron con gruesos látigos, ¿quién les ha autorizao a bañarse?, ¡carajo!. ¡malogrando la greda ya han estao! – dijeron entre otras groserías y regaños-. Los muchachos no sabían que la supuesta piscina era para eso, raudos salieron del lugar y entre bromas y burlas a los perseguidores, se fueron corriendo de un solo tranco.
La obsesión por nadar iba cada día más en aumento, mucho más cuando se enteraron que habían una buena piscina en el “Centro Escolar”. Fueron allá una tarde, pero vaya sorpresa la entrada era cincuenta reales, protestaron, pero igual entraron, ahora las aguas eran cristalinas, unos saltaban en picada otros preferían meterse por las escaleras y los que no sabían aun nadar, se zambullían a bucear.
Al otro día volvieron a su centro de trabajo en la plaza, la prioridad de las ganancias sería el ingreso a la piscina, dejar algo para la casa y entrar el domingo al cine. Esa misma tarde, un joven del barrio “Boca del Napo”, que estaba lustrándose los zapatos, al escuchar sus protestas por el pago a la piscina, les comunicó que cerca de su casa habían dos excelentes pozas para la práctica de la natación. No terminaron de escuchar el dato, y alistaron sus cosas y enrumbaron hacia las pozas, no pasó ni cinco minutos y ya estaban fuera de la ciudad, subieron presurosos la cuestita y ya estaban frente a las piscinas naturales, que más tarde bautizaron como “La Chirola” y “La Penquita”. Ya en el lugar se quitaron presurosos las ropas y a nadar, zambullirse o tirarse en picada. Desde aquel día eran asiduos concurrentes las afamadas pozas.
Todo iba bien hasta que un día otro muchacho inexperto que no era del grupo se lanzo en picada a “La Chirola” y quedó allí clavado en la greda, La noticia corrió por toda la ciudad y los socorristas acudieron a sacarlo. Pasó el tiempo y los lustrabotas no asistían más por el lugar, temían que les jale el difunto.
Pasaron los meses y volvieron a la afición de nadar y así continuó la vida de los lustrabotas de la plaza de armas.




EL ELOY

“Eloy” era el nombre de un joven blanco de barba espesa, un tanto buenmozo, mediana estatura, andaba ayudando por uno y otro lado, pero la característica principal no era precisamente su comedimiento, sino su forma de alardear e hilvanar mentiras y estrambótica forma de vestirse. La idea era llamar la atención de sus contemporáneos y las mujeres.

Una de sus grandes obsesiones era su viaje a Chiclayo. Casi siempre cuando se le requería para algo, contestaba, ¡No, mañana no puedo, voy a viajar a Chiclayo!, al siguiente día El Eloy nuevamente paseaba por la ciudad sin que haya realizado viaje alguno. En más de una oportunidad hizo que las amas de casa organicen largas colas de bidones de kerosene en las plazuelas, mintiendo que Damián, el transportista del combustible a quien ayudaba, le había avisado que pronto llegaría, el camión proveedor nunca llegaba y así El Eloy, iba acrecentando su fama de mentiroso.
Cuando los ómnibus partían a Chiclayo, allí estaba bien cambiado en la agencia como si se iría de viaje. En algunas oportunidades, hasta subió al ómnibus y se despidió de todos. Pero, en la garita, bajaba y tenía que volver. Se escondía unos días y después aparecía con alguna vestimenta diferente, se cortaba el cabello o hacía cualquier monería que diferenciara a su presentación personal de los días que precedían al supuesto viaje, Hablaba en tono costeño y contaba las maravillas que había visto en Chiclayo.
El Eloy, siempre paseaba de un lado a otro cada día, hilvanando una que otra fantasía. Alucinaba que era el novio de las más hermosas damitas chachapoyanas. Tejía toda una historia de amor en torno a sus supuestas enamoradas. Por las noches, se paraba justo en la esquina de su imaginaria amada, para silbar y esperar que ella saliera al balcón, nunca ocurría. Pero cuando se le abordaba, relataba uno tórrido y apasionado encuentro amoroso.
El Eloy era infaltable en duelos y velorios, La gente que lo conocía, lo llamaba a su lado para carcajear con sus mentiras, pero era comedido, servía los bocaditos, las copas de vino y hasta cargaba al difunto, siempre ataviado de un lujoso terno negro, que celosamente guardaba para esas ocasiones.
En las fiestas sociales de los más afamados clubes, aparecía elegantemente vestido y olorosamente perfumado. El detalle principal, era su caballerosidad para invitar a bailar. Sus movimientos eran de respeto y elegancia alucinando ser un personaje importante y de alcurnia.
Esta singular forma de actuar de este personaje conocido como “El Eloy”, quedó como cliché para los jóvenes de la época y posteriores generaciones que utilizaban la frase: “¡Más Eloy!”, para llamar al que mentía, alardeaba o vestía de manera diferente.

LAS DOS CERAS

Como era costumbre, una noche antes del dos de noviembre, la gente solía poner una cera encendida en medio de su sala, en espera de las almas que vendrían a visitar su morada en la Tierra. Robertina era una mujer entrada en años que vivía a unas cuadras del cementerio, Esa noche se olvidó de poner la cera, pero despertó poco antes de las doce, entonces fue a ponerla, estaba rezando. cuando de pronto escuchó un extraño sonido como si mucha genta pasara por la calle conversando. El ruido continuó, y Robertina se acercó a la ventana, no creía lo que veía, pero era cierto, una procesión de almas vestidas de blanco caminaban con destino a la ciudad, quedó intrigada con la visión y lo que atinó en ese instante era buscar dentro de ellas al alma de su madre, aunque no podía distinguir sus rostros pues se veían completamente oscuros. Cuando ya la procesión terminaba, una almita pequeña, salió de la fila y se dirigió a ella, ¡Buenas Noches! -le dijo- al mismo tiempo que le encargó dos ceras para que las encendiera rogando por su salvación. Robertina recibió las ceras con mucho temor, y tan pronto se fue, se metió a su casa y puso las velas en su andamio. Esa noche no durmió pensando en lo que contaría a la gente el siguiente día.

Ni bien amaneció, se levantó presurosa, desayunó y fue en busca de las ceras, testimonio de su visión. Grande fue su sorpresa, pues no eran ceras sino dos huesos de las canillas de un esqueleto, la mujer salió corriendo tirando los huesos a la calle. Fue presurosa a contar lo sucedido a sus vecinos, pero cuando estos vinieron a ver, los huesos se habían hecho cenizas, más tarde el viento los llevó.

LA VIRGEN ANDARIEGA

Allá en un pueblo muy alejado de Amazonas, en la iglesia de la plaza de armas, había una virgen muy chaposa y casi sonriente, venerada con mucha devoción, los pobladores le atribuían muchos milagros incluso sanaciones incurables como mordeduras de serpientes que abundaban por la zona.

Santiago el guardián de la iglesia, una mañana fue muy temprano al templo y no encontró a la Virgen, salió corriendo asustado, gritando, ¡Han robao a la Virgen!, ¡Han robao a la Virgen! , ¡La Virgen no hay!. Las mujeres que se habían levantado a preparar el desayuno, acudieron presurosas a la iglesia, pero cuando llegaron, la virgen estaba allí en el altar, chaposa y casi sonriente, como siempre. Pensaron que era una broma de Santiago a pesar que era muy serio y santurrón.
Pasaron los días y Santiago acudía a limpiar la iglesia y vestir a los santos, una mañana encontró que el traje de la Virgen estaba lleno de cadillos, quedó sorprendido, ¿qué habrá pasado? -se preguntó- y le contó a su mujer, ésta no le creyó, pensó que era una de sus fantasías.
Otra mañana como a las cinco y media una pobladora, buscando remedios para curar del susto a su hija, vio a la virgen a una cuadra de la plaza, en la esquina, en medio de la calle, corriendo fue a su casa a avisarles a sus hijos, cuando salieron a ver, la Virgen no estaba, pensaron que era otra de las visiones y que Santiago estaba contagiando a la gente.
El cura llegó a visitar el pueblo, y le contaron lo ocurrido, pero el cura les dijo que no podía ocurrir semejantes visiones, que debe ser el fruto de alguna alucinación u obsesión por la consecución de algún favor de la virgen.
Al poco tiempo Eleodoro -otro poblador- llegó como a las cinco de la mañana al pueblo, venía de viaje y había caminado toda la noche para ganar el día. Cuando justo llegó a la esquina de la plaza, vio a la virgen en la puerta de la iglesia, ¡Vaya, queles ha pasao¡,.¿Por qué habrán sacao a la virgen? –se preguntó-.
Cuando llegó a su casa, preguntó a su mujer, ella le contestó que no habían sacado ninguna virgen. Pero le contó que la estaban viendo fuera de la iglesia. Un tanto incrédulos salieron inmediatamente a ver a la puerta de la iglesia, pero cuando llegaron ya no estaba, había sido una aparición más.
Pasó algún tiempo y uno que otro poblador veía a la Virgen en las madrugadas y comenzaron a creer que salía a caminar por el pueblo, a veces su traje estaba con cadillos y hasta humedecido por la escarcha del rocío matinal.
Las monjas y los curas que visitaban el lugar no creían en las apariciones y desapariciones de la Virgen en el pueblo. Hasta que un curita ya entrado en años vino una mañana como a las seis y media, fue a la iglesia a buscar a Santiago, pero grande fue su sorpresa al encontrar la puerta de par en par abierta, la Virgen no estaba. Subió al campanario a repicar las campanas alarmado. Bajó y fue a la casa de Santiago, éste salió presuroso. El cura le preguntó por la Virgen. Él le dijo que estaba en la iglesia, ¡No está! -dijo el cura-, acudieron raudos junto a varias señoras y comuneros a la iglesia, pero encontraron la puerta cerrada con el enorme candado de siempre, el cura se quedó mudo de sorpresa, entraron y allí estaba la Virgen chaposa y casi sonriente.

VIEJO, RUCO Y CACHUPÍN

Al caer los primeros rayos del Sol los tres jumentos: “Viejo”, “Ruco” y “Cachupín”, despertaron en el potrero. Hoy será un duro día, pues su amo, ordenará a los peones la faena del día, y pronto vendrían por ellos los fieles sirvientes.

La ingenuidad de los torpes asnos les permitió levantarse de su dulce lecho de pajas y hojas resecas con la alegría del sol naciente y después de sonoros rebuznos dirigirse a la laguna donde saciaban su sed, en el camino jugaban, saltaban y corrían como niños en recreo.

Más tarde como a las nueve, llegó don Lucas y su hijo Jorge, colocaron sogas en sus cuellos e hicieron jáquimas en las trompas de los dóciles animales, la bajada no demoró más de media hora, don Lucas montó a pelo en el “Cachupín” -el más joven- y el Jorge en el “Ruco”, el “Viejo” iba jalado atrás. En la quebrada, los animales se detuvieron a beber agua, al “Cachupín” se le ocurre hacer una broma inclinándose de tal manera que don Lucas cayó zurruscándose al agua, maldito “Cachupín”, hoy verás -dijo sacudiendo su remendado pantalón-. El Jorge rio y festejó la broma. Don Lucas como queriendo disimular, también rio de buena gana.

El resto del camino don Lucas prefirió hacerlo a pie pues no quería llevarse otra sorpresa, el Jorge siempre montado en el “Ruco”, sugiere que montara en el “Viejo”, más Don Lucas respondió que no. Al llegar a la tranca de la casa, los burros presagiando un duro día de trabajo, corrieron y el “Ruco” corcoveó hasta hacer caer al Jorge, es el turno de Don Lucas que carcajeó vengándose, -¡que animales para grajientos¡- exclaman.
Ya en el patio, don Lucas y su hijo fueron en busca de los aparejos, para cubrir los torsos de los dóciles animales y empezar la faena. Se fueron a traer leña, caminando casi toda la mañana por orillas de la quebrada, llegaron al lugar donde los esperaba una montaña de leña para transportarla. El resto del día y el siguiente, los burros acarrearon las leñas. La tarea no era tan fácil porque fueron duramente tratados, ajochados en el camino cuando por cansancio se refugiaban en un monte para sombrear, en la quebrada a tomar agua o en alguna que otra oportunidad detenerse para tomar aliento. Don Lucas y su hijo los golpeaban con trenzados látigos. Después de terminada la dura faena, los animales fueron llevados al potrero, las siguientes horas lo dedicarán al reposo.
Al amanecer del siguiente día, y cuando aún no se despedía la luna, decidieron marcharse sin rumbo, botaron cuidadosamente los badajos de la tranca y emprendieron la aventura de su vida, caminar y caminar mientras haya por donde. Al empezar la tarde llegaron a orillas de una quebrada, subiendo por la loma, se refrescaron con sendos tragos de agua y reposaron tranquilos rumiando la fresca hierba.
Al fin libres, caminaban tranquilos y sin el tormento que mañana vendrán por ellos para hacerlos trabajar. Decidieron seguir andando por el mundo, hasta que avistaron una verde y apetitosa chacra de maíz, decidieron entrar por un portillo y probar las verdes y dulces cañas, las frescas y crocantes hojas.
Habían comido hasta saciarse y cuando se aprestaban a retirase del lugar, apareció por el camino un pastor con sus ovejas, quien avisó inmediatamente a don Jeremías, -el dueño de la chacra-. Lleno de tristeza por lo estropeado que encontró su sembrío, expulsó a los invasores, cerró el portillo y se fue al pueblo a buscar al dueño. Nunca lo encontró, los animales habían venido de muy lejos y las marcas de sus ancas y señales en las orejas no eran de estos lares.
Al siguiente día, los borricos volvieron a la chacra, pues las cañas de maíz estaban muy sabrosas. Pero esta vez don Jeremías los vio, de inmediato llamó a su hijo Sacarías, cogieron a los animales, los llevaron a su corral y después de muchos días de ayuno, untaron con querosene sus ancas para luego prenderles fuego, ajochándoles para que se marchen del lugar y no vuelvan más.
Los burros emprendieron feroz huida, pero sin lograr apagar el fuego, que les causó serias quemaduras, hasta llegar a una quebrada donde se sentaron para apagarlas. Esa tarde y al día siguiente el dolor era insoportable, los días siguientes, con el picante sol las heridas sangraban y los asnos ya no resistían. Su descanso era un martirio, no podían echarse y para comer, tenían que mover sus rabos más de lo normal, pues las moscas se posaban en la carne viva y hasta encubaban en sus heridas.
Ante tan penosa situación, decidieron volver donde su amo, con la esperanza que los perdone y con ungüentos milagrosos sus heridas sane. Llegaron en la tarde a la tranca de la casa de su dueño y se posaron allí, como dóciles cachorros moviendo la cola.
El amo, sus hijos y criados, se acercaron sorprendidos, al percatarse de sus heridas, no les regañaron, los curaron con mucho cuidado, y les dieron hierba fresca cada día.
El “Viejo” no soportó la penosa enfermedad y murió, el “Ruco” falleció dos días después, solo quedó el “Cachupín” que después de unos meses sanó y estaba al servicio de su amo. Se convirtió en un dócil y obediente animal siendo consentido por todos los que llegaron a conocerlo.

EL FLACO YALE

Esmirriado y alegre, Alberto Yale, un estudiante del viejo colegio San Juan, ataviado de su uniforme beige, zapatos marrones, cristina con rombo rojo como se acostumbraba en la época, iba al colegio saliendo de su casa en las Tres Esquinas, bajaba por la plazuela de Belén, volteaba por el triunfo, cruzaba groseramente, por el gras de la plazuela de Burgos y de allí hasta el jirón Amazonas. Cada día traía una ocurrencia nueva, un nuevo blanco para la burla, ¿quién será la victima hoy?, -nos preguntamos-.
Esa mañana decidió burlarse del don Noé, un auxiliar que imponía disciplina quitando puntos en la conducta y a veces hasta propinando latigazos con varillas de durazno. El flaco, antes de la formación, se agazapó y confundió con una manada de ovejas que había entrado al colegio por el descampado de Tushpuna, arreó a las ingenuas hasta cerca del pabellón de las aulas de letras y comenzó a gritar: ¡Noeeé!, ¡Noeeé!. ¡Noeeé!, simulando el balido de las ovejas; algunos muchachos que ya habían llegado al colegio estaban colorados de miedo porque el auxiliar lo descubriría y temían lo peor, otros esbozaban sonrisas temerosas, pero ninguno hacía ademán para instar al Flaco a dejar de hacer esta nueva locura. El auxiliar Noé, ya se había dado cuenta de la mofa, pero simulaba como queriendo decir: ¡ya me las pagarás!, como era su costumbre, caminó hacia la Dirección con los brazos agarrados por atrás meciendo su varilla, los muchachos creían que le comunicaría al Director y se venía una fuerte sanción para el flaco, pero no ocurrió así, no se sabe a qué fue, ni qué conversó.
La broma fue el comentario de todos en la formación y hasta los chiquillos de primero se reían de la ocurrencia, todo había quedado en aparente paz y muchos hasta creímos que no se había dado cuenta. Pasada la formación subimos a las aulas. De pronto el auxiliar Noé, llegó al salón, todos de un solo golpe nos pusimos de pie, ¡Siéntense! -nos dijo- y como de costumbre comenzó a pasar lista. ¡Atención a la lista, 1,2,3….45!. Pues la broma del flaco aparentemente quedaba allí y no había cundido en lo más mínimo. Pero no fue así, el robusto auxiliar, caminó por todo el pasadizo de carpetas hasta llegar a la del flaco y le dio la mano, ¡Muy buena, muy buena!, solo que este es un colegio y tienes que respetarme, sea lo que sea –exclamó con su habitual sonrisa burlona- volteó y salió del aula. Cuando se alejó, todos quedaron sorprendidos, pues creían que se vengaría y expulsarían al flaco, pero todo pasó y algunos alentaban al flaco para que le hiciera una nueva broma, pero no lo lograron, El Flaco “Yale”, no volvió a burlarse del auxiliar.
Pero la vida continuaba en el hoy emblemàtico colegio San Juan, los días siguientes la conducta de Yale había cambiado mucho y hasta ayudaba en la disciplina del salón. Una tarde, en la clase de Psicología con el odiado profesor Eloy Chávez, un shelico de baja estatura, cabellos bien engominados con unas patillas hasta la mitad de sus pómulos, muy estricto y hasta sádico como lo diría el Flaco; El Chancho, como lo conocíamos, comenzó como todas las clases tomando el clásico examen oral. ¡Esta fila, de pie! –dijo, dirigiéndose a la fila de carpetas que estaban a la derecha del aula junto a la puerta- y comenzó a preguntar; ¿Clasificación de Jung?, Pedro, el primero de la fila, se quedo mudo, no contestó, el profesor le escribió su nota preferida, 05 en el registro. Tú, le dijo al Faruco –el segundo de la fila- ¿Quién hizo la caja de trucos?, ¡Thordique! –Contestó el Faruco- siéntate, escribió en su registro de mala gana, 15. Le tocaba el turno al Vilela, un chanconcito venido de la campiña, ¿Diferencias entre temperamento y carácter?, Vilelita contestó bien y fue premiado con un soberbio 18, llegó el turno del flaco, él estaba muy distraído leyendo una novelita del oeste, toda la noche y parte de la mañana antes de la clase, Dime tú, Yale ¿has estudiado?, el flaco meció la palma de la mano como quien dice, más o menos, entonces dime: “¿Quién estudió el conocimiento condicionado?, pucha que fácil profe, - contestó el flaco- ¿Quién? ,-volvió a decir el profesor; !Facilazo!, ¡Papilón!, -exclamó el flaco muy seguro de su respuesta- ¿Papilón?, ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!- se burló el Profesor y colocó 03 en su registro. ¡Señor es Papilón!, ¡acá esta en el cuaderno!, con voz de ruego le decía el Flaco, pero el profesor Chávez, le hizo ver que había escrito mal y el personaje en mención era Pavlov, ¡Ivan Pávlov!, -replicó-. El flaco se llenó de furia y le dijo, ¡Profesor!, ¡Usted es un sádico, goza cuando jala a los alumnos y sufre cuando aprueban!, luego se sentó. El profesor se fue a su pupitre masticando un palito de fósforos como era su costumbre, sin decir nada. Los días posteriores tampoco recriminó a nadie, vinieron muchos exámenes más, y el flaco respondía con acierto, aprobó el curso pero nunca más el profesor Chávez se burló de las respuestas equivocadas.
Y así continuaron los días del Flaco Yale, algunas veces venía con los pantalones al revés, es decir con la bragueta por atrás, otros con los bolsillos hacia fuera, llevaba sus cosas en enormes alforjas, así, lo más estrambótico posible.
El Flaco terminó después de catorce años la secundaria, había repetido muchas veces, y en una ocasión le bajaron del cuarto al tercer año, porque no aprobó el examen de subsanación de Matemática. Se fue a Lima, a estudiar para policía y como él decía, para que no digan que soy un vago, seré guardia civil.